Para nosotros, los pueblos indígenas, la salud es la armonía entre las personas, las comunidades y la naturaleza. Es el bienestar general. Nosotros y nosotras no separamos cuerpo, alma y sociedad. Todo se relaciona, interactúa y se complementa.
Nuestra medicina nos ha acompañado a lo largo de siglos. Nuestros sabios y nuestras sabias conocieron y mantienen sus conocimientos acerca de las plantas que curan las enfermedades. Supieron almacenar alimentos para cuando el clima afectaba los cultivos y no había desnutrición.
Aún hoy, según información de la Organización Mundial de la Salud, en los países en vías de desarrollo como el Perú, al menos el 80% de la población recurre a la medicina tradicional.
Toda esta sabiduría, todas estas prácticas, forman parte de nuestra identidad cultural. Pero no son reconocidas y menos valoradas por el Estado. Aunque en el Perú se realizó una consulta nacional para diseñar una política intercultural de salud, este enfoque es escaso. El Estado se negó a conocer a nuestras parteras y nuestros sabios y sabias como médicos.
En los pocos establecimientos de salud a los que recurren nuestras comunidades, la aplicación del enfoque de interculturalidad es deficiente y los profesionales de la salud no son formados con este enfoque. Esto trae como consecuencia la reproducción del maltrato, la discriminación y la imposición de un concepto de salud ajeno a nuestra realidad y a nuestras concepciones como pueblos indígenas.
Los pueblos indígenas tenemos el derecho a una atención de calidad en salud, con enfoque intercultural y de género. Que se reconozcan nuestras prácticas y nuestros conocimientos. Que se valore nuestra medicina tradicional. Tenemos mucho que aportar para lograr ese bienestar que nace de la armonía entre todos y todas con nuestra Madre Tierra.
